Mata baja, de La siamesa (Carme teatre)  | por Óscar Brox

Hay una cuestión que flota alrededor de la trilogía escénica de La Siamesa (A-Normal o la oveja errante, Santa Cultura y Mata Baja) y tiene que ver con la forma en la que nos relacionamos. Con el mundo, con la cultura, con los otros, con nosotros mismos y con la danza. Para Ángela Verdugo esto último es sinónimo de creación e inconformismo, deseo de ser punki y ganas de proponer otros gestos, de poner otro cuerpo en escena y otras imágenes. En Mata Baja, por ejemplo, se habla de lo improductivo casi como un imperativo vital. Del ritmo cansado como motor de creación. De esos gestos que apuntan un movimiento que no llega, que se queda en el aire, que es más una posibilidad que otra cosa. Lo pienso con esa primera escena en la que Verdugo descompone el baile urbano en una acumulación de movimientos que, lejos de fluir, parecen chocar una y otra vez con algo. ¿La abulia? ¿La anhedonia? O, simplemente, la necesidad de poder mostrar sin tener que estar diciendo algo continuamente. Bailar, moverse, agitarse, buscar ese ritmo interno, poco o nada canónico, para reflejar de qué forma nos relacionamos con la cultura.

Frente a las dos piezas anteriores, Mata Baja amplifica la fiebre, o la desazón, de esa creación artística que se enfrenta a su tiempo; el de nuestra ciudad, país, estado o sociedad, particularmente infame. Con ello me refiero a que es una pieza brusca, de combate, que tira de algunas metáforas para apuntar a una realidad bastante palpable: en este incendio que es la cultura contemporánea, lo primero que arde y se consume es lo que está en el estrato más bajo de la cadena. Lo hemos visto en los últimos meses con el cierre de salas, la precariedad y el desinterés político hacia todo ello. Al hablar de Santa Cultura, me pareció que Verdugo ejercía de chamana sobre el escenario; había danza, sí, pero también mucha voz -parte de ella, en off. Con la complicidad de Xavi Puchades en la dramaturgia, Verdugo ha modelado una voz y una presencia para canalizar esa insatisfacción que transforma en otra danza. Y es curioso constatar hasta qué punto la dosifica. En Mata Baja, por momentos, la danza parece estar más en las palabras que en el cuerpo. O en esa curiosa coreografía de matas que flotan por el escenario. 

Verdugo se encomienda a Agnès Varda, tal vez por la capacidad de aquella para espigar, a partir de lo más insignificante, la realidad de las cosas. Se mueve, se para, mira y nos observa, baila, se agita, habla y escucha. En mitad de la pieza hay una mascletà convertida, más que nunca, en ruido. El folclore local como metáfora de ese otro ruido blanco, de esa parálisis creativa, que apuesta por desligar el pensamiento de la obra. Tras eso, la sensación de que está bien ver a Ángela en el escenario, a veces quieta y a veces en movimiento, probando cosas, ideas, gestos, sin necesidad de vigilar que todo encaje o que la pieza mantenga un tono, un ritmo o una progresión uniforme. En algunos tramos hay pausas que se alargan un tanto, o cambios que pueden afinarse un poco más. Es cierto que la pieza toca muchas teclas y lo hace con nulo pánico escénico: es inconformista y punki, tanto como cerebral y exigente. No tira de metáforas burdas ni tampoco pretende explicar ese descontento con lo obvio. 

Mata Baja reivindica lo improductivo como la divisa de nuestro tiempo. Más que la acción, se trata de la resistencia. Sus movimientos no son fluidos, más bien se embarullan para enseñarnos que no es tan fácil encontrar una respuesta o un gesto para tomar posición frente a la cultura. O al mercado. O al consumo. De un tiempo a esta parte, se han convertido en sinónimos de aquella. Y en verdad lo hermoso de este proyecto de La Siamesa reside en que nos plantea cómo volver a hacer todas esas cosas: bailar, desear, hablar de la cultura, crear. En lugar de una pieza orgánica, nos ofrece un catálogo de posibilidades, de futuros, de gestos lo suficientemente significativos como para construir una pieza. De hecho, me resisto a pensar en términos de trilogía lo que, de alguna manera, siempre ha sido un work in progress. A Mata Baja le sentará muy bien seguir representándose -la próxima vez, en Dansa València. Necesita contagiar sus ganas de arder.


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